Ni pichichi, ni pulpo pitoniso. Tampoco la molesta vuvuzela o el controvertido jabulani, del que dicen que hace extraños y caprichosos vuelos hacia donde no se le manda. Sara Carbonero es, sin duda, la estrella de este Mundial, el objetivo más buscado, el nombre más pinchado en la red, y así lo certifica Google, que ha colocado a la periodista por delante incluso de Belén Esteban en el número de búsquedas internautas, y eso ya sabemos que es muchísimo en este país.
Su físico, por mucho que a algunos, a quienes no sabría si acusar de machistas o de feministas, les lleve a montar la marimorena, ha sido determinante para que fotógrafos de todo el planeta hayan acatado la consigna de dirigir sus cámaras hacia Carbonero. Es cierto, ¿y qué? A ver si, al final, va a ser verdad el refrán que siempre decía mi abuela para consolarme cuando el espejo no me devolvía la imagen que yo pensaba que debería: “la suerte de la fea, la guapa la desea”. A estas alturas, cada vez más cerca de superar los traumas del machismo y el feminismo a base de haber dado bandazos de un extremo a otro durante siglos, lo injusto es mirar a la Carbonero con lupa al acecho de que cometa algún fallo para volver a eso de que belleza e inteligencia no pueden ir juntas. También lo es criticar su relación con Casillas a pesar de que cuando se pidieron las acreditaciones para el Mundial, ella aún no había cedido a los apasionados lances del guardameta mostoleño, porque con los vientos que corren nunca se sabe lo efímero que puede ser un amor. Y todo, ¿por qué? ¿Estaría el mundo tan pendiente de ella, aún siendo novia de Iker, si no fuera tan endiabladamente guapa?
Pero es que hay guapas y hay bellezas. Sara Carbonero es un bellezón de esos en los que la subjetividad no cuenta para nada, porque cuando se habla de guapas, normalmente, se valora un conjunto en el que, medidas aparte, también cuentan, por ejemplo, la simpatía o la elegancia. Además, hoy en día, con la ayuda del PhotoShop, ha crecido el número de guapas, y las famosas por serlo o por aparentarlo ya no tienen que andar obsesionadas constantemente por que les pillen del perfil bueno, con la boca cerrada y los ojos, sin rojeces, mirando de frente y no uno a Albacete y el otro a Valladolid. Cuando una es un “bellezón”, como es el caso de Sara, lo es y lo mismo da que le pillen con un dedo de peineta y la lengua fuera, como en la foto que ha estado circulando en varios medios, porque, aún así, la tipa está estupenda. Su rostro es tan objetivamente bello que ya puede ponerse los pelos de punta, su imagen sigue cautivando e incluso hipnotiza. Ni el burka más tupido serviría para que pudiera pasar inadvertida porque hasta sus ojos de color indefinido llaman la atención de cualquiera.
Si encima la periodista hace bien su trabajo, aparenta seriedad e inteligencia y tiene buena voz, ¿cómo es posible que alguien se queje de que una mujer así destaque demasiado y arrastre tras de sí todos los focos en un producto tan televisivo como lo es un Mundial de futbol? Es el momento de Sara, profesional y puede que también personalmente, tiene derecho de aprovecharlo y seguir con su carrera. Y los demás, el deber de respetárselo.
Su físico, por mucho que a algunos, a quienes no sabría si acusar de machistas o de feministas, les lleve a montar la marimorena, ha sido determinante para que fotógrafos de todo el planeta hayan acatado la consigna de dirigir sus cámaras hacia Carbonero. Es cierto, ¿y qué? A ver si, al final, va a ser verdad el refrán que siempre decía mi abuela para consolarme cuando el espejo no me devolvía la imagen que yo pensaba que debería: “la suerte de la fea, la guapa la desea”. A estas alturas, cada vez más cerca de superar los traumas del machismo y el feminismo a base de haber dado bandazos de un extremo a otro durante siglos, lo injusto es mirar a la Carbonero con lupa al acecho de que cometa algún fallo para volver a eso de que belleza e inteligencia no pueden ir juntas. También lo es criticar su relación con Casillas a pesar de que cuando se pidieron las acreditaciones para el Mundial, ella aún no había cedido a los apasionados lances del guardameta mostoleño, porque con los vientos que corren nunca se sabe lo efímero que puede ser un amor. Y todo, ¿por qué? ¿Estaría el mundo tan pendiente de ella, aún siendo novia de Iker, si no fuera tan endiabladamente guapa?
Pero es que hay guapas y hay bellezas. Sara Carbonero es un bellezón de esos en los que la subjetividad no cuenta para nada, porque cuando se habla de guapas, normalmente, se valora un conjunto en el que, medidas aparte, también cuentan, por ejemplo, la simpatía o la elegancia. Además, hoy en día, con la ayuda del PhotoShop, ha crecido el número de guapas, y las famosas por serlo o por aparentarlo ya no tienen que andar obsesionadas constantemente por que les pillen del perfil bueno, con la boca cerrada y los ojos, sin rojeces, mirando de frente y no uno a Albacete y el otro a Valladolid. Cuando una es un “bellezón”, como es el caso de Sara, lo es y lo mismo da que le pillen con un dedo de peineta y la lengua fuera, como en la foto que ha estado circulando en varios medios, porque, aún así, la tipa está estupenda. Su rostro es tan objetivamente bello que ya puede ponerse los pelos de punta, su imagen sigue cautivando e incluso hipnotiza. Ni el burka más tupido serviría para que pudiera pasar inadvertida porque hasta sus ojos de color indefinido llaman la atención de cualquiera.
Si encima la periodista hace bien su trabajo, aparenta seriedad e inteligencia y tiene buena voz, ¿cómo es posible que alguien se queje de que una mujer así destaque demasiado y arrastre tras de sí todos los focos en un producto tan televisivo como lo es un Mundial de futbol? Es el momento de Sara, profesional y puede que también personalmente, tiene derecho de aprovecharlo y seguir con su carrera. Y los demás, el deber de respetárselo.
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